miércoles, 7 de abril de 2010

"La otra" maravilla de sal

Si revisamos los listados de los sitios de interés turístico* para visitar en los alrededores de Bogotá, la capital de Colombia, hallaremos en la gran mayoría -de hecho, casi siempre punteando en los primeros puestos- una de las atracciones que más público ha seducido en las últimas tres décadas por su particular combinación entre evidencia del progreso regional, vestigio de tecnología, lugar de culto y peregrinaje y más recientemente obra cumbre del diseño arquitectónico criollo.  Sin lugar a dudas, la Catedral de Sal de Zipaquirá es uno de los sitios "para mostrar" al visitante foráneo y a incluir en la programación de "paseos domingueros" del colegio o con la familia.
Bastante publicitada, difundida como definitivamente lo merece, esta obra de ingenio multidisciplinario casi que opaca la existencia de un sitio con características similares, guardadas las proporciones, que no muy lejos del municipio de Zipaquirá se asoma por una entrada monumental invitando a ingresar a los antiguos socavones a través de los cuales se extraía el preciado mineral que a diario seguimos utilizando, algunos para darle sabor al huevo y otras viandas, otros para fabricar medicinas, insumos de aseo y por fortuna pocos para echársela al prójimo y dañarle el rato **.  La Mina de Sal de Nemocón, localizada en el municipio del mismo nombre en el departamento de Cundinamarca, y a escasos 60 minutos de viaje por carretera de Bogotá, a pesar de no contar con la difusión de su hermana mayor de Zipaquirá es un sitio digno de visitarse, recorrerse y disfrutarse.
Parque Principal de Nemocón                   Inicio del recorrido subterráneo
Adicional al trabajo requerido para asegurar el sitio y suprimir los riesgos latentes consecuencia de las explotaciones ya finalizadas, el arquitecto Roswell Garavito puso su experiencia previa con la catedral de Zipaquirá para convertir esta mina en un interesante espacio subterráneo que sorprende, encanta y transporta.  Los espejos de agua, las voces apagadas en las paredes aún porosas, el -obvio- olor a sal cruda (sabor para quienes quieran pegar la lengua en la roca) y las visiones surrealistas de las estalagtitas iluminadas con luces de colores convierten la visita en un recorrido por túneles sensoriales, absolutamente digno de compartir podio con la vecina Catedral.

 Mi paso por este laberíntico recorrido, poco apto para claustrofóbicos, se lo debo a Rosa Elvira, una ex-compañera de trabajo burocrático nativa del municipio quien en una conversación me introdujo al asunto. Aprovechó entonces para publicitar el restaurante que su familia administra a media cuadra de la plaza principal del pueblo, el cual por supuesto visité y a todas luces recomiendo (Restaurante Colonial, Calle 4 # 5-26 - Nemocón, Cundinamarca).
Y como la idea de este espacio es bajarle a la "carreta" y subirle a los colores, les dejo con el abrebocas de las fotografías que escasamente logran capturar la completa experiencia bajo tierra.

 
Ingreso superficial a la mina
 
Altar esculpido en la roca
Efecto "espejo" de los tanques de saturación empleados en la extracción del mineral
El regreso, por la carretera secundaria entre Zipaquirá y Tocancipá

Valga también el crédito para los participantes de esta "rodada" en scooter por los alrededores de Bogotá: Charlie, Mauro Vargas, Mauro Rey, Marcelo, Monita Chávez, Alfredo "El Abuelo", Hernando y Angelita. Además de las buenas experiencias del recorrido, la compañía de los amigos siempre le agrega sabor al paseo.

* Por si acaso, acudo nuevamente al término con la esperanza de no ser tipificado como turista - Ver la reflexión de Andrés Hurtado García
** Otro por si acaso: aunque supongo que en la mayoría de los países de habla hispana -si no todos- la expresión es común, en Colombia la frase "echar la sal" significa desear o inducir la mala suerte, prever un desenlace desafortunado o sencillamente ser honestamente pesimista con alguna situación ajena.

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